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miércoles, 2 de septiembre de 2009




No sé de donde pudo salir, ni tenía idea que una sonrisa caminante, diera la mano y mucho menos me enseñase todo un mundo lleno de tanta magia… Y ella, me pidió un cuento envuelto, cuarto y mitad de nadas, un tercio de la cuarta parte de sueños y el resto, me dejaba libre elección para no quemarme los dedos golpeando teclas. Me lo dejó encargado para un mañana, ese mañana donde todo se ve claro, donde nada oscurece el blanco, donde el gris se fue de vacaciones ocupando su puesto mil y un arco iris. La sonrisa se me quedo mirando, mientras, me encaminaba asida de su mano sin saber a donde me llevaba. Mirándola supe que, me trasladó despacito hacia la tristeza. La sonrisa más linda y alegre del mundo, me hizo pensar en algo en concreto que cambia la vida y, subidas ambas sobre un granito de arena del desierto se abrió el abismo, y esa techumbre vacía que provoca el vértigo, me pidió un abrazo sonando entre el eco. Como no soy quien para negarle un abrazo al vértigo, me lancé sin mirar las consecuencias y mientras en la caída, la soledad ahogaba. El vértigo abrió los brazos para dejarme caer sentada sobre una silla. La sonrisa desde arriba saltó conmigo, y ya que estábamos en el fondo del abismo ¿Por qué no dar una vuelta? Y encontré los motivos que esconden mi sonrisa, y al mirarla, me di cuenta que la sonrisa que hasta aquí me trajo, era la mía. Me sorprendió tanto, tenía tantas cosas que contarle, tanto que preguntarle que solo le pregunte: “¿Cuánto te debo?” y para de nuevo mi sorpresa: “¡Vivo gratis y gracias a tu cara, soy yo la que debo pagarte por mi estancia!” y sin pensármelo dos veces, de mi boca nació a bocajarro “Con tal de que no te marches, ni tu ni yo nos debemos nada, ¿Trato?” La sonrisa soltó una gran carcajada, y volviéndome a mirar, fue ella quien remato la charla “Mientras no me despaches tú, aquí me quedo callada, hablando más que palabras y llenando los silencios de luces que brillan más que mil albas” Y cómo me pidió un cuento y no sé bien que contarle, para que se quede siempre, cada mañana le diré: “Dame plazo hasta otro día y te contaré tu cuento.” Y ella, simplemente sonríe que, al fin y al cabo, es lo que yo quiero…

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